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La llegada de los conquistadores españoles a nuestro territorio, hacia 1540 d.C., implicó una rápida desestructuración de la población indígena, la que fue diezmada tanto por las enfermedades como por la mayor fuerza de las armas europeas. Esto produjo tanto una rápida disminución demográfica de las comunidades indígenas, como su sometimiento por parte de la corona española.
Uno de los primeros elementos usados por los europeos para controlar a las poblaciones indígenas fue prohibir su religión y creencias, por lo que rápidamente, los medios de comunicación usados por estos grupos fueron transformados, tales como la cerámica.
El proceso anterior llevó a una rápida desaparición de las formas y decoraciones cerámicas prehispánicas, las que se transformaron a la luz de las nuevas exigencias, volviendo a funcionar su modificación como un indicador de cambio cultural. En particular, cada familia producía sus vasijas, pero estas ahora eran diferentes, se usó otra decoración y se incluyeron como anexos a las vasijas restos de loza en los bordes, o algunos grabados cercanos a los bordes.
La llegada de la loza y contenedores de metal a mediados del siglo XIX, implicaron que estos elementos se tradujeron en símbolos de estatus y diferenciación social, donde la cerámica pasó a ser el contenedor de menor valor simbólico y prestigio, muy asociado con la pobreza y las poblaciones indígenas y mestizas campesinas, en contraposición a la loza y contenedores de metal más propios del mundo europeo. Con esto, luego de haber sido por más de dos mil años un objeto central a las comunidades indígenas, la cerámica comienza a perder su valor simbólico.
Lentamente, la idea de la cerámica como un medio de comunicación se va perdiendo en nuestra zona, para simplemente transformarse en un objeto utilitario sin mayores connotaciones simbólicas, ni importancia social. Lentamente se transformó en lo que hoy entendemos por la cerámica, simplemente un objeto. De hecho, a medida que se popularizó la loza y el metal, este tipo de vasijas fueron quedando relegadas al olvido, utilizándose cada vez menos, y dejando su espacio a esos otros contenedores. Este proceso se acrecienta para finales del siglo XIX y XX, donde la producción de cerámica queda relegada únicamente al mundo rural.
No obstante este relegamiento, se mantienen aún en diferentes zonas de nuestro territorio los viejos saberes asociados a la producción de cerámica, utilizando técnicas milenarias y explotando vetas de arcillas también utilizadas en la prehistoria. Estas producciones son hoy parte de nuestro patrimonio, pues a través de ellas se establece un lazo y una unión entre el presente y el pasado de nuestra provincia.
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